HELENA SAURAS
TORTOSA
Nit d’estigma
Somni o realitat? Qui em persegueix? Fosca o
llum?
Oculto el diagnòstic de la malaltia...
Parlar no vull.
L’estigma es nodreix d’incerta nit allà
dalt, al cim!
Tanco amb pany la finestra de la testa.
Callo. No puc.
I ploro quan prenc consciència: a l’arribar
al pic.
Tot flueix. Sóc així, a la meva manera. I
alhora ric...
Els altres no comprenen la cançó que sento
al pit,
als polsos, a dins del cor... Al fons, un
secret tinc.
I venen laberints d’insomni, de tristesa, de
grisa
ansietat, d’eufòria, d’aïllada solitud. I
aquí estic.
L’art pot frenar el sofriment dels camins de
la ment.
(I escric un somriure fèrtil al terra, al
sòl de la nit).
¿De qué color es mi dolor?
Amarillo
como el gorjeo de los pájaros que no regresarán,
rojo
como ese calor que me achicharra el ánimo,
azul
como el hielo del mar que habita en mi morada.
¡Ay,
olor de los días malsanos y dolor primario del alma!
Naranja
como el otoño que decae y se recuerda en mi mente,
violeta
como la noche espesa que apunta al alba,
verde
como la libreta muerta de ideas y ya olvidada.
¡Ay,
dolor secundario que lo envuelves todo en tu marcha!
Si
pudiera pensarte, color, con solo verte te diría una sensación:
«Hoy
me estás besando diferente en cada momento, en cada paso.
Nota
el blanco del dolor: una diana. Yo su suma, luz y centro».
Pero
noto lo negro, tu ausencia: una onda en el vacío de tus labios.
Tu rostro en poema
Contemplarte
desde esa distancia
que
me impide separarte.
Tu
llamarada me era tenaz,
la
sentía enganchada a mi piel;
dos
puntos abiertos tus pupilas
que
giraban como dos bailarinas,
me
iluminaron y, con su gracia, fui capaz
de
hipnotizarme a partir de tu mirada.
Mi
alma miope, la tuya rapaz,
se
apoderó de mis oscuros ojos.
En tu
intento, no fui sagaz,
y se
estrellaron dos luceros; fugaz,
el
momento que viví enrollada en ti.
Me
ciega la oscuridad, ausencia de ti,
mas
te siento todavía en el suspiro,
en el
firme viento, en tu respiro
que
se cuela por las húmedas hojas de papel.
Mi
osado logro fue captarte,
y
caigo en esa espiral que me desnuda…
Me
aspiras cada sentido,
que
vas haciendo tuyo y conociendo de cero.
Tu
rostro ya no puedo describirlo en versos.
Ya no
eres poema, un único fanal
necesitaría
para verte, un canal
que
abra la carne de mis labios.
No
puedo. Recitaré desde la memoria pues,
el
momento tenaz en que me prendí de ti,
el
que convirtió tu rostro en poema.
El olor de tu silencio
¿A qué huele tu
silencio?
En mitad de la ciudad
dormida,
no oigo el llanto de
tus ojos parados y tristes,
ni la pared de tu cara
estampando ronquidos de versos,
ni la brisa del lunar
partiendo tus labios en dos luceros.
No oigo nada,
porque sin ti, estoy
sordo.
No es sonora tu marcha,
discretamente huyes
de mí, fluirían los
versos más hondos
si pudiera hablarte. Si
pudiera…
Oír tus pasos todavía.
Pero ando solo a través
del vacío,
a través del duelo,
del doloroso dolor del
silencio.
Me late el pulso en la
sien.
Entre la postal y las
sábanas húmedas,
imprimo una lágrima prohibida,
porque me juré que no
te extrañaría.
Luz de sentimiento de
seda y agonizante:
la pérdida.
La mía, la tuya; la
nuestra:
el pulso de tu huida
cobarde.
Que perdí.
Un fin.
Te fuiste sola y sin
mí.
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